El sol parece ser el mismo, y la luna, y las estrellas, y el mar
también. ¿Por qué si todo parece idéntico yo me siento tan desigual, tan
extraña, tan otra persona? El día de mi boda sí que estaba normal: me sentía no
eufórica, pero sí feliz; no hermosa, pero sí flaca; no enamorada, pero sí
convencida. Y claro, eso es justo lo que me pasa ahora: que no estoy
convencida. De repente la certeza fue un beso que alguien me dio y olvidé de
quién fue y a qué sabía su saliva. Ahora no tengo certeza de nada: ni de quién
soy, ni de a quién amo y, a veces, también dudo del sol.

Cuando lo miro y me ve con sus ojos grandotes como platos, y logro
observarme dentro de su pupila, como si ya fuera suya desde siempre y viviera
ahí dentro, a veces siento que un sentimiento bonito me invade, y quiero
nombrarlo amor. Él me protege, vivo en sus adentros como un pajarillo que se
sabe arropado por la jaula, alimentado diario, absolutamente confiado.
Otras veces, el sentimiento muta a tal extremo, que me invade como
fuego y siento que la ira me explota en la garganta. Y entonces se me ocurre
nombrarlo odio. Odio por mantenerme enjaulada, por enseñarme el mundo desde una
decena de barrotes, por no dejarme volar.
La pregunta sería si quiero volar. Cuando apareció Esteban sí que me
daban ganas. Quería abrirle mis alas, que viera mi plumaje, cantar para él. Pero,
¿cómo volar si el otro me tiene dentro de sus ojos, metida en la jaula, clavada
en los barrotes? Y a la vez ese encierro me hace sentir adorada, como si de
verme en su mirada dependiera toda la certeza de sentirme viva; como
si comer de su mano fuera una inyección de espíritu directo a mi cuerpo
debilucho, pálido.
Como no sé qué hacer exactamente, me sentaré a esperar sentir algo o al
menos, poder identificarlo. Creo que cuando pueda hacerlo, tendré la certeza de
que vivir es algo más, aunque no sé qué, aunque ahora no lo quiera averiguar. Quisiera
que me dejara volar, pero dejándome la puerta de la jaula abierta… ¿Querrá?..¿Podré?
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